Una de las más recientes, comentadas – y visitadas- inauguraciones en la gran manzana tiene como protagonista a un uruguayo. El Met Breuer, el icónico edificio en formato Zigurat de la Madison Avenue, otrora sede del Whitney, fue restaurado luego de que éste último se mudara a su sede en el Downtown en marzo pasado. Las obras, que duraron un año, a cargo del Estudio local reconocido por intervenciones en edificios históricos Beyer Blinder Belle dieron paso a la ocupación provisoria por parte del MET con su colección de arte contemporáneo en una llamada «colaboración entre museos». Al menos por los próximos 8 años que es su contrato con el Whitney, aún propietario del edificio, y mientras a su vez, se abordan obras en el ala de Arte Moderno del Edificio de la 5a avenida. Luego no se sabe qué deparará el futuro. Si bien el edificio se considera emblemático, la realidad es que no está registrado por el Landmarks Preservation Conmission de New York (les suena familiar?)
En su subsuelo, el Restaurant Flora de Ignacio Mattos se ha convertido en «el» lugar de moda de Manhattan.
Acostumbrado ya a estar en listas top en reconocimientos de publicaciones gastronómicas o por ser el Estela el elegido por Obama para una cena, incluyendo un episodio que salió en todos los periódicos porque rebotó su tarjeta , (le pasa a cualquiera), Ignacio no sólo consolidó su nombre entre los destacados allí sino que expande sus opciones de oferta, cada una con su carácter definitivo. Su primera incursión fue y sigue vigente, el Estela, en la calle East Houston del Soho, de puerta azul, frente angosto y ambiente cálido y casual, es casi como su dueño: de perfil bajo, aunque relevante, adaptado al gusto americano pero con contenido muy referente al Río de la Plata y un savoir faire nada improvisado y con mucha técnica, aprendidos en sus días con Francis Mallman y la leyenda del slow food Alice Waters.
Allí despliega su arte con platos mediterráneos o rioplatenses: burrattas, steak tartares muy recomendados o milanesas e infinidad de platos que le han valido figurar en los 50 mejores restaurants del mundo.
En esta oportunidad, (así como en su segundo restaurant, Altro Paradiso donde se especializan en platos italianos) se unió a Thomas Carter, quien supo ser encargado de bebidas para Alain Ducasse en Essex House o Chef en Le Bernardin, o MercerKitchen.
Qué hacés cuando te llama el director de uno de los Museos más renombrados del mundo, para gestionar un restaurant en uno de los edificios más simbólicos de la ciudad?
Thomas Campbell pidió a Mattos y Carter un restaurante a tono con el edificio y las colecciones contemporáneas, y justamente debía ser casi opuesto a lo que venían manejando con sus espacios previos.
Trabajaron junto a los Arquitectos de la reforma global, Beyer Blinder Belle, (quienes también intervinieron en reformas como el Cooper Hewitt Museum, La Terminal de TWA de New York o el Cartier Building, entre otros) en un espacio que reflejara el modernismo del edificio sin opacarlo, y también en su concepto culinario. El lugar, a pesar de ser subsuelo tiene toda la luz natural de la cual carecen muchos espacios similares en museos, gracias al diseño del patio de Breuer. «El edificio marca mucho de lo que hay para hacer, hacerlo de otro modo sería inútil».
Esa excelencia de talentos estelares alineados, ocupando un espacio al que trataron como una colección de arte en sí misma, sirviéndose de materiales nobles del entorno como el mármol, la piedra, el hormigón o el bronce dio como resultado algo que sigue perfectamente las líneas del edificio envolvente consiguiendo igualmente un carácter único.
La cocina es fusión, tal como lo es la ciudad en sí: un crisol de culturas que interactúan entre sí. Funciona en paralelo a un café que abre y cierra con el museo, si bien el restaurant tiene acceso y horario independiente; la idea es que sirva para un encuentro de gente luego del trabajo o de un espectáculo pero también que suponga un descanso para los peatones en la zona en un entorno privilegiado.