Cuando hoy en día admiramos la limpieza de líneas de las tiendas de Apple alrededor del mundo, firmadas algunas de ellas por Norman Foster, y su coherencia con la filosofía de la marca, olvidamos tal vez a uno de los precursores de la arquitectura y branding comercial en este rubro. Olivetti era, en la 2a mitad del siglo XX, tal vez lo que Apple es hoy en día, y Adriano Olivetti su creador, perfectamente comparable a Steve Jobs, salvando las distancias y la evolución tecnológica.
La historia de la marca italiana y su fundador es la de un impulsor del diseño italiano en la mitad del siglo XX, amante y mecenas del arte, pionero de la computación, el diseño industrial, la arquitectura y el diseño gráfico. Hizo extensiva su filosofía a temas urbanísticos y sociales, creó ciudades enteras a imagen y semejanza de su práctica corporativa y se sirvió de los mejores diseñadores de la época para la comunicación y diseño de productos o tiendas. Cuando uno ve el Complejo de Ivrea creado por Olivetti y la filosofía en que lo fundaba, vemos también los cimientos del pensamiento, y estrategia empresarial de Jobs en el siglo XXI.
A principios del siglo pasado, Camillo Olivetti (padre de Adriano, de origen judío, formación en física e ingeniería y políticamente socialista), había viajado varias veces a Estados Unidos, quedando impresionado con la máquina de escribir, que ya era un aparato común en muchas de las oficinas allí, pero que en Italia no se conocía aún. De regreso en Ivrea, cerca de Milan donde residía, en 1908 y con un modesto capital, abrió su propia planta de fabricación de máquinas de escribir con alrededor de 20 trabajadores.
En 1933, Adriano, quien por entonces tenía 32 años, se hizo cargo de la gerencia general de la fábrica, y en los siguientes 30 años supo llevarla de una empresa familiar de pequeña escala a instalarla como fenómeno global e Ivrea era su centro de los experimentos ambiciosos acerca de la construcción de lo que él denominaba una ciudad industrial “humana”.
En 1928 abrió la primera oficina de publicidad de la compañía, convocando a algunos de los artistas más importantes de Europa para comunicar el compromiso de Olivetti con la estética y la eficiencia. La industria requería el aporte creador para la difusión de la propia imagen y el conocimiento de sus productos: carteles, anuncios publicitarios, publicaciones técnicas y comerciales, películas, etc. Olivetti tiene en este campo, aportes de Herbert Bayer, Schavinsky, Dudovic, Nizzoli, Milton Glasser, Bob Blechman, Sottsass, Del Pezzo, Crosby-Fletcher-Forbes, Folon y Pinori, Tamayo, entre muchos otros.
Olivetti daba gran libertad y protagonismo a sus diseñadores, siempre con el interés de movilizar el mercado y hacer que sus productos destacaran del resto. Ettore Sottsass fue uno de los que ayudaron a forjar la imagen dinámica de Olivetti. Carismático y revolucionario , ayudó a introducir color, humor y sentido lúdico al diseño industrial. «Si algo se salvará, será la belleza», proclamó al hacer un balance de su carrera. El resultado buscado no era meramente material sino también la movilización interna del público. No entendía al diseño como una profesión, sino como la necesidad antropológica del ser humano de estar rodeado de cosas que, entre sus tantas funciones, deben también ser símbolos.
Los objetivos de Adriano Olivetti se encaminaron siempre hacia la excelencia tecnológica, la innovación y la apertura de los mercados internacionales. El diseño fue siempre su mayor prioridad —tanto en la rama industrial, como en el diseño gráfico—, y tuvo una gran pasión por la arquitectura y el arte. En el plano internacional, elevó al diseño italiano a referente de gran calidad y modernismo, uniendo conceptos como utilidad, belleza y modernidad. En 1955 ganó el prestigioso premio Compasso dʼOro por logros en el campo de la industria, la estética y la mejora de las condiciones de vida de los empleados. Muchos arquitectos colaboraron con Olivetti: Figini, Pollini, Zanuso, Vittoria, Gardella, Fiocchi, Cosenza, Le Corbusier (Olivetti Electronic Calculation Centre en Rho), entre otros.
Adriano publicó el libro Citta dell´Uomo (Ciudad del hombre). Reclamaba que las ciudades italianas se habían expandido “de manera especulativa, sin un plan real que proviniera de una visión general”. El libro, publicado en enero de 1960, unas semanas antes de su muerte, convocaba a una planificación urbana “a escala humana”, con el objetivo de alcanzar la “armonía entre la vida privada y la vida pública, entre el trabajo y el hogar, entre los centros de consumo y los centros de producción”.
Para entonces, Olivetti se había transformado en una compañía masiva, con fábricas en cinco países y distribución en más de 100. Famosa por sus máquinas de escribir elegantes y portátiles, amadas por escritores desde John Updike hasta Cormack McCarthy, sus máquinas ya eran consideradas emblemas del diseño de la Italia de la posguerra.
Ivrea se había transformado. Pasó de ser una ciudad provinciana pequeña a ser un centro concentrador importante de la fabricación italiana, atrayendo a ingenieros, diseñadores y operarios de todo el país. Para fines de la década del ´50, había más de 14.000 personas trabajando para Olivetti en Italia, la mayoría de ellos residían en Ivrea. Entre la década del ´30 y el ´60, la población de la ciudad prácticamente se duplicó, pasando de aproximadamente 15.000 a 30.000, con muchos más en las áreas circundantes.
Pero en lugar de grandes edificios en torre y barrios industriales grises, Ivrea se poblaba de una arquitectura brillante y vanguardista. Al contratar a algunos de los arquitectos más importantes del país, Olivetti hizo construir nuevos barrios para sus trabajadores, planificados cuidadosamente, con abundantes espacios verdes y pequeños edificios de departamentos con apenas tres o cuatro pisos. Escuelas, comedores, auditorios, hospitales, viviendas colectivas fueron surgiendo en forma innovadora y modernista.
Las nuevas fábricas se construyeron casi totalmente de vidrio, porque los trabajadores en su interior “tenían que poder ver las montañas, los valles, de dónde venían… y también para que la gente fuera de la fábrica pudiera ver lo que sucedía adentro,” explica Beniamino de Liguori, el nieto de Olivetti. “Todas las fábricas y los lugares de producción privados estaban absolutamente integrados al tejido urbano de la ciudad,” dice de Liguori. Describe a la meta de su abuelo como un camino “para combinar y armonizar al hombre y la máquina… para usar la tecnología de manera humana, porque realmente estaba al servicio del hombre”.
Los edificios contaban con espacio incorporado para cafeterías, patios de juegos, salones para debates y salas de cine, y bibliotecas con decenas de miles de libros y revistas. Afuera, se construyó una red extensa de servicios sociales que incluían guarderías, el primer hospital de Ivrea y recreos en la montaña para los hijos de los trabajadores.
Para Olivetti, el planeamiento urbano era parte de un proyecto político más amplio. A fines de la década del ´40, fundó un nuevo partido denominado Movimento Comunità (Movimiento Comunidad), y fue elegido alcalde de Ivrea en 1956. Dos años después, pasó a ser miembro del parlamento en el congreso nacional.
“Las fábricas gigantescas, las metrópolis superpobladas, los estados centralizados y monolíticos, los partidos de masas… son sin duda, los leviatanes de nuestro tiempo, también destinados a desaparecer para dejar lugar a formas de vida que sean más ágiles, más armoniosas y, para resumirlas en una palabra, más humanas,” concluyó Olivetti en su libro.
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