Ojalá que vivas en tiempos interesantes
En tiempos de paz y armonía no suceden muchas cosas interesantes. No tenemos que desafiar a nuestra creatividad para sobrevivir. No hay inventos asombrosos, los científicos no se plantean grandes desafíos y los artistas parecen no tener mucho para contar. Las cosas interesantes comienzan a pasar cuando los tiempos históricos se empiezan a complicar. Podríamos entender entonces que, desear que vivamos en tiempos interesantes, es tratar de ver el lado positivo que tiene nuestra época actual, enfocar la mirada dentro del caos y encontrar todo lo magnifico que somos capaces de hacer, de crear, de inventar y reinventar.
“May you live in interesting times”(Ojalá que vivas en tiempos interesantes), es el nombre que eligió Ralph Rugoff –curador de la 58 Bienal de Arte de Venecia– para esta Muestra. Él nos cuenta que este “proverbio chino” fue usado con ese significado por personalidades como Hillary Clinton en más de un discurso. Pero que, con sorpresa, descubrió que en China nunca existió tal proverbio, es el enésimo “orientalismo” que inventamos en occidente, otra “fake news”, otra falsa maldición que da el punto de partida a esta nueva exposición, en la más antigua e importante bienal del mundo, enclavada en la mágica Venecia.
Rugoff desea así, que el arte nos pueda dar los instrumentos como para repensar en estos “tiempos interesantes” que estamos viviendo y transformar de esta manera la maldición en un desafío a afrontar con entusiasmo.
Una semana para visitar la inmensa propuesta de la Bienal resulta todo un reto: los 79 artistas invitados, los 89 pabellones nacionales y los 21 eventos colaterales están concentrados en el sitio histórico de los Giardini, el Arsenale y en palazzi e iglesias de toda la ciudad. Hablando de números hay unos muy interesantes: más de la mitad de los artistas invitados son mujeres –por primera vez en la historia de la bienal- y un tercio nacieron después de 1980.
Los medios son variados y de fronteras borrosas, hay gran cantidad de video, hay instalaciones escultóricas, robots, poca pintura y la sorpresa de la bienal es la que se lleva el León de Oro.
En esta primera entrega, les comento mis impresiones sobre las cinco obras que más me llamaron la atención de las que conforman la selección de artistas invitados por Rugoff a la propuesta May you live in interesting times. En la próxima, hablamos de los pabellones nacionales.
Comencé el recorrido por el Arsenale.
El lugar es increíblemente grande. Allí uno tiende a olvidar que está en Venecia, la ciudad frágil, sin calles, siempre amenazada y embellecida por sus canales de agua, de construcciones que están en un delicado equilibrio, apretadas, laberínticas y hermosamente caóticas. El Arsenale es actualmente una base naval que, en la Edad Media (lo menciona Dante en su Divina Comedia) era el mayor centro de construcción de barcos y el centro industrial más grande de Europa previo a la Revolución industrial. En su momento de mayor eficacia, empleaba unas 16 mil personas que fabricaban un barco por día, en una cadena de montaje que no volvió a repetirse hasta la época de Henry Ford.
Sus dimensiones, su estructura y despojo resultan asombrosamente perfectas para ubicar una Bienal de arte contemporáneo.
La primera obra que me hace detener es la de Tavares Strachan (Bahamas, 1979). Se trata de un texto mural compuesto por luces de neón, “Robert Henry Lawrence Jr.”, una breve necrológica sobre el primer astronauta afroamericano muerto en un accidente realizando ejercicios en 1967 y que quedó en el anonimato de las crónicas espaciales. Este hace parte de un vasto proyecto de investigación del artista que exhibe otra obra impactante: “Robert”, una escultura que representa el esqueleto de Lawrence que fluctúa suspendido en el espacio, hecho con neón azul y violeta. Esta obra y la siguiente, nos hablan de tiempos de reivindicaciones y memoria.
Sigo caminando hasta la obra de Shilpa Gupta (India, 1976) “For in your tongue, I cannot fit”, una instalación sonora con 100 altoparlantes, micrófonos y otros tantos pedestales con textos. Del techo de la sala levemente iluminada, cuelgan los micrófonos modificados para que funcionen como altoparlantes. A cada micrófono le corresponde un texto que está escrito en una hoja sostenida en cada pedestal. Cada uno repite un verso, una canción, una declaración, formando una sinfonía de voces compuesta por palabras escritas por 100 poetas que, desde el siglo VII hasta nuestros días, fueron encarcelados por sus obras o su posición política. Los distintos idiomas suenan y se mezclan suave y firmemente: árabe, azerí, inglés, hindi y ruso. Mientras se camina entre la obra, el espectador se va sintiendo a veces incluido cuando se comprende el idioma, otras extraño y perdido. La atmósfera es atrapante y el tema deja mucho para pensar.
Un gigante está sentado en un enorme asiento de avión en “posición de emergencia”, la cabeza descansa sobre sus rodillas mientras con los brazos se abraza las piernas, los pies descalzos se apoyan en el piso y el cabello cae tapándole la cara. Se llama “Trojan”, mide 4,70 de altura por 5,70 de ancho y 2,20 metros de profundidad. Las figuras tienen una estructura de metal y la forma la dan metros y kilos de ropa usada, remeras de algodón –blanco, gris, marrón, beige, negro-. La parte de atrás de la escultura está abierta y se puede acceder al interior, espacio claustrofóbico que aumenta la sensación de ansiedad que provoca la obra. Yin Xiuzhen (China, 1963) trabaja obsesivamente -desde hace más de 30 años- con materiales reciclados para crear ambiciosas y enormes esculturas en las que propone una reflexión sobre la globalización y el excesivo consumo que caracterizan, entre otras, a la China después de 1989. Su crítica apunta a los aviones, a su relación con la velocidad, en este caso a momentos de rotura, accidente, amenaza. La cantidad enorme de algodón, blando y suave, contrasta con la sensación de gravedad de la situación que plantea. Hay pesimismo y aprensión en una obra estética y emocionalmente muy bien lograda, que nos aconseja estar preparados para vivir estos “tiempos interesantes”.
Martine Gutierrez (USA, 1989) muestra «Body En Thrall«, un servicio fotográfico sobre el tema “Mujeres indígenas” objeto de publicación en una revista. La misma artista posa, fotografía, escribe los textos sobre belleza y moda, las publicidades y dirige la revista. Gutierrez está en todas las fotos: usa un bikini con melones que llenan las copas de su sostén; desnuda sale de una piscina y se abraza a un hombre, también desnudo; vestida de mucama/moza sirve agua al borde de otra piscina poblada de personas. Todos los personajes que la acompañan, están rígidos, tienen cuerpos “perfectos” pero con articulaciones visibles: son todos maniquíes que sirven de contrapunto no humano a esta serie de encuentros eróticos y que los utiliza para explorar distintas narrativas de la intimidad. En su colorida serie de «Demonios«, Gutierrez se representa a sí misma como tzitzimimes, o deidades aztecas. La artista se adorna con flores, tocados elaborados y joyas recargadas. Con una paleta maximalista, nos hace parte de su celebración de ese cuerpo extraño, indígena y de su propia capacidad de auto invención irónica sin fin.
Esta artista trans trabaja el tema de la identidad, tanto personal como colectiva. En su página web declara:
«Pienso en cada obra como la documentación de una práctica transformadora. Me interesa cada faceta de lo que significa ser ‘genuino’, especialmente cuando me desempeño en un rol que la sociedad nunca me asignaría. El espectador ve lo que quiere ver, puede participar activamente en la obra o hacer suposiciones pasivas. Si bien el tema del género es inherente a mi trabajo, no lo veo como un límite. Los únicos profundos límites son los que nos imponemos a nosotros mismos «.
Las fotos son atrapantes, se las siente contemporáneas, por su forma y su fondo, el tamaño, el color, las puestas en escena y el tema, que interpela al espectador. Imposible quedar indiferente.
De la obra del tucumano Tomás Saraceno (Argentina, 1973) ya he hablado en otras oportunidades. Es un artista que sigo; sus investigaciones –alimentadas de una gran variedad de mundos- y la obra resultante, me parecen muy interesantes. Reúne disciplinas y sensibilidades –arte, arquitectura, ingeniería, ciencias, física, astrofísica, antropología, termodinamia, música…- explorando en sus instalaciones y proyectos colectivos diferentes modos sostenibles de habitar el espacio, el ambiente, el mundo.
El año pasado vi en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, su instalación The Cosmic Dust Spider Web Orchestra [Orquesta aracnocósmica], donde una araña suspendida en medio de la sala tejía sus telas. Las vibraciones producidas por sus movimientos en la tela se amplificaban generando ondas de sonido que invadían el espacio, mientras partículas de polvo cósmico flotaban a su alrededor. En sintonía con la cadencia de las ondas sonoras producidas por la araña, un algoritmo traducía los movimientos del polvo cósmico a sonidos, que se reproducían en decenas de parlantes y hacían audible los vaivenes del polvo en el espacio. Al mismo tiempo, las partículas eran captadas por un sistema de video que las proyectaba amplificadas en una gran pantalla, creando la ilusión de ser inmensas partículas, aunque, en realidad, eran casi imperceptibles.
Para la Bienal, Saraceno propone una instalación llamada “Aero(s)cene”, en la que exhibe información sobre nubes: distintos eventos meteorológicos, así como humanos –el vuelo de miles de aviones y millones de personas que atraviesan la atmósfera cada día o la actividad industrial responsable del calentamiento global-. Digamos que hay nubes “naturales” y otras más “artificiales”. La obra presenta a las nubes como mensajeras de nuestra relación con la atmósfera. Nos estimulan a imaginar y fluctuar en un aire libre de combustibles fósiles, dirigiéndonos hacia una nueva praxis ecologista en la que nosotros, Homo Flotantis, estaremos sintonizados y colaborando con la atmósfera. Esta nueva era propuesta por el artista, la Aerocena, reivindica al aire como nuestro elemento en un hábitat terrestre colectivo al que no podemos permitirnos destruir.
Además del elemento conceptual, hay que decir que las obras del argentino son cautivantes, por el manejo de las formas y los materiales, de gran belleza.