La cultura milenaria de Vietnam conserva algunas de las expresiones artísticas más espectaculares de oriente, transmitidas de generación en generación como un valioso legado de antepasados. A unos 35 kilómetros de la capital de Hanoi, se encuentra la aldea Dong Ho, reconocida como la cuna de las pinturas de madera e impresiones en papel rojo, que recientemente ha sido distinguida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
En ese pequeño poblado vivían unas doscientas familias que practicaban la fabricación artesanal de estas obras folclóricas con cientos de años de historia, como un canal para dar a conocer sus actividades cotidianas, sus tradiciones populares, y sus deseos de una vida próspera desde la delta del río Rojo. Según cuentan los aldeanos, esta práctica data del siglo XI, aunque algunos investigadores proponen que las primeras aproximaciones (impresas solo en tonos de blanco y negro) fueron realizadas durante el gobierno de Le Kinh Tong (1600 – 1619) en varios pueblos de la región.
El período de mayor auge de las pinturas de Dong Ho tuvo lugar desde fines del siglo XIII hasta mediados del siglo XX, cuando era costumbre comercializarlas en el mercado durante los días festivos de diciembre para decorar las casas en la bienvenida al Año Nuevo Lunar. Es por ello que destacan los contenidos humoristas y optimistas con el uso de colores poderosos como el rojo, el blanco y el amarillo. Realizadas a partir de una técnica xilográfica, todas las obras son confeccionadas artesanalmente con el uso de materiales naturales propios de la zona como plantas, hojas y frutos. Desde la fabricación y el secado del papel, hasta la mezcla de colores, las impresiones en madera y la imprenta de cada pintura; se trata de un proceso completamente manufacturado y sin químicos.
Para la elaboración del lienzo, la materia prima es la corteza de una especie de árbol llamado “do”, muy abundante en áreas montañosas, la cual se sumerge en agua durante varios meses para luego cubrirla con una masa de arroz glutinoso mezclado con polvo de cáscaras de almejas. El resultado es un papel con un trasfondo brillante, que por su alta capacidad de resistencia a la humedad ayuda a conservar mejor los dibujos a través del tiempo.
El paso siguiente es dibujar el motivo de la pintura con tinta china en un papel absorbente, de manera que el trazo a pincel se expandirá formando una imagen negativa en el reverso. Luego, se procede al tallado de ese dibujo sobre la madera; un trabajo de increíble creación y recreación que se reserva especialmente para los artesanos más talentosos porque requiere de mucha precisión y paciencia.
La impresión comienza cuando las matrices ya están terminadas, y se da espacio a la fabricación de colores y el teñido del papel. Esta última etapa es la más engorrosa, ya que la presencia de diferentes colores que apreciamos en los cuadros se da por una sobreimpresión de tono sobre tono. El proceso implica aplicar pintura sobre el bloque de madera y presionar suavemente sobre la hoja de papel rústico; un gravado es para el contorno, y el resto para cada color impreso. En otras palabras, cada color será una ronda de impresión diferente, de manera que la pintura acaba siendo algo así como un mosaico de masas de colores en contraste. Los colores que se usan en la impresión también se obtienen de forma natural, lo que garantiza una mayor frescura y durabilidad. Por ejemplo, el rojo se consigue de la piedra grava, el negro de las cenizas de pajas, el amarillo de la flor de acacia, y el verde de las plantas. Una vez terminada la pintura, se la cubre con una pasta elaborada a base de arroz para preservar mejor los colores, y se la deja secar al sol. En total, todo el proceso puede llevar unos seis meses de trabajo.
Por las temáticas que tratan, los bocetos de Dong Ho ocupan un lugar muy especial en la sociedad vietnamita, no solo como un objeto de valor histórico y cultural, sino también artístico y literario. Entre toda la producción ya generada hay más de dos centenares de temas, y en su mayoría representan escenas de la vida cotidiana con alegorías populares, historias de campo, cuentos de hadas y signos de buena fe. También, las pinturas son un medio de los artesanos para expresar sutiles críticas políticas y culturales.
Si bien hoy en día esta tradición continua siendo parte indisociable de la historia de Dong Ho, solo queda un número reducido de familias fieles a la práctica de pintura de madera. Son los turistas de todas partes del mundo quienes apuestan a su valor artístico, llevando consigo piezas que trascienden fronteras lejanas y salvaguardan un tesoro ancestral digno de admiración.
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