El cantante Lenny Kravitz ha hecho de una plantación de café brasileña un oasis personal, lleno de diseño carioca y toques sexys, en el que huir de los flashes.
Lenny Kravitz sabe un par de cosas sobre seducir. Como ganador de un premio Grammy y como diseñador, el rockero de 54 años ha fusionado géneros, períodos, estilos e influencias completamente dispares. Desde que hace 16 años fundara Kravitz Design, ha ideado espacios públicos, suites de hoteles, muebles, relojes Rolex y los interiores del 75 Kenmare, un edificio de apartamentos en el barrio de Nolita de Nueva York.
Sin embargo, uno de sus proyectos personales más interesantes ha sido la reinvención de esta plantación de café brasileña del siglo XVIII, en las afueras de Río de Janeiro, que lo enamoró desde el primer día. Hace una década, al final de una de sus giras en Brasil y menos de 24 horas antes de partir hacia Miami, recibió una llamada de un amigo que le invitaba a visitar una propiedad en el campo. “Todo el mundo estaba listo para irse a casa, pero algo me decía: ‘Ten una aventura’. Así que llegamos allí por la noche y a la mañana siguiente me desperté en el paisaje más espectacular y exuberante que puedas imaginar. Estábamos en un valle, rodeados de montañas, con cascadas, vacas, caballos, monos, frutales y plantaciones, todo el boato de la naturaleza”, continúa.
Su excursión al Edén cobró vida propia y los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. “Al final estuve medio año. Fue extraordinario. Lo abandoné todo, los vaqueros me enseñaron a montar a caballo, aprendí sobre agriculura y reconecté con la naturaleza –confiesa–. Nunca me había sentido más en calma, en paz y cerca de Dios. Fue algo mágico. Pensé, se acabaron las prisas: voy a ser granjero”. Aunque el cantante acabó volviendo a su habitual ajetreo, dos años después compró las más de 400 hectáreas de la granja, decidido a mantenerla y a crear un retiro “para desconectar, restablecerme, tomarme tiempo para estar tranquilo y escucharme a mi mismo”.
La extensa propiedad abarca un verdadero pueblo con dependencias de estilo colonial portugués del siglo XIX, que convirtió en cuartos de huéspedes, un gimnasio, una casa de la piscina y un estudio de grabación.
“Los interiores eran de la vieja escuela, con empapelado y tapicería a juego, y muebles de madera voluminosos. Mi primer impulso fue limpiarlo todo, quitar papeles, eliminar armarios y actualizar tuberías y electricidad”, explica Kravitz. En el transcurso de los años, visitó la propiedad con frecuencia y enviaba objetos y arte para las habitaciones. “Algunas cosas funcionaron maravillosamente y otras no. El proceso fue muy improvisado, como hacer música. Tienes que tocar lo que sientes”, afirma.
Así, piezas de maestros cariocas como Oscar Niemeyer, Sergio Rodrigues y Jorge Zalszupin, se unen a clásicos azulejos brasileños y adornos de origen local.
El rockero agregó varias creaciones de Warren Platner y Eero Saarinen, también algunas de su propia firma y toques glamourosos, como tapices vintage de Paco Rabanne y un piano de cola transparente. “Tuve la oportunidad de vivir con todo y ver cómo iba interactuando con ello. Hubo mucha prueba y error”, dice.
El resultado final de su trabajo es una propiedad que oscila alegremente entre lo natural, lo orgánico, lo sexy y cool. Pero, para Kravitz, todo iba sobre preservar la energía espiritual de su remoto oasis: “Esta granja, esta tierra, tienen una fuerza vital propia. No puedes fingir eso con el diseño”.
Fuente: AD Es