Facundo de Almeida, director del MAPI: «Para cambiar el concepto de que los museos son aburridos no es necesario que solo el MAPI cambie, sino que diez museos lo hagan»

05/02/2021 | Actualidad

Facundo de Almeida, director del MAPI: «Para cambiar el concepto de que los museos son aburridos no es necesario que solo el MAPI cambie, sino que diez museos lo hagan»

5/02/21Actualidad, Arte / Exposiciones, Gestion Cultural

Facundo de Almeida, director del MAPI: «Para cambiar el concepto de que los museos son aburridos no es necesario que solo el MAPI cambie, sino que diez museos lo hagan»

5/02/21 | Actualidad, Arte / Exposiciones, Gestion Cultural

 

Llevar adelante la dirección de un museo en Uruguay se ha convertido en un desafío cuesta arriba, no solo por la sobredemanda financiera que atraviesan los organismos estatales, sino por la creciente escasez de público en instituciones culturales. Sin embargo, cuando detrás de la gestión cultural hay una sinergia que involucra creatividad, entusiasmo y perspectiva, aparecen algunas reconfiguraciones interesantes que comienzan a cuestionar ciertos paradigmas hasta ahora vigentes. Sobre todo durante la pandemia que obligó a los museos a cerrar sus puertas y abrirse camino a una digitalización exclusiva, impensada dentro del universo de las exposiciones.

 

 

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La palabra “transgredir” significa actuar en contra de una ley, norma, pacto o costumbre; y en este último sentido, la mirada de Facundo de Almeida como director del Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI) es definitivamente transgresora. No por el hecho de romper reglas, sino más bien por su capacidad para interpretar la realidad y salirse de la zona de confort. Algunos atribuirán esa actitud a su documento expedido en la gran Buenos Aires, donde además de nacer se capacitó en el área de cultura, sumando experiencia en varias instituciones públicas y privadas. Pero lo cierto es que más allá de su lugar de nacimiento, la clave parece estar en su versatilidad para adaptarse a distintos desafíos y contextos. De hecho, uno de sus últimos proyectos al otro lado del Río de la Plata fue coordinar un plan cultural en prisiones.

Cuando Facundo de Almeida llegó al MAPI en el año 2011, tenía dos objetivos bien definidos: desacralizar el museo para incentivar su apropiación popular y convertirlo en un canal de manifestaciones culturales más allá de las exhibiciones. Uno de los diferenciales que le ha permitido encauzarse en ambos procesos -a diferencia de lo que ocurre en su Argentina natal- es que según él aquí “las cosas funcionan a nivel de gestión”. Durante sus 10 años como director del museo, Facundo insiste en la accesibilidad administrativa y burocrática que tiene Uruguay a la hora de querer hacer. Prueba de ello son algunos de sus logros inéditos en el campo de la cultura como inaugurar un estacionamiento y un café en las inmediaciones de la institución, realizar la primera muestra arqueológica en las afueras de nuestra frontera y próximamente lanzar una cuenta de Tik Tok con ánimos de captar público joven.

 

 

Por sobre todo, estas acciones vienen a procurar comunicar una nueva concepción del museo que poco tiene que ver con esa imagen expulsiva que popularmente tanto se asocia a los centros culturales de estas latitudes. La solemnidad de esos sitios patrimoniales repletos de historia es una característica que exige ser reconfigurada para dar lugar a nuevos diálogos entre el patrimonio, la cultura y la comunidad. Un claro ejemplo sucede con las bibliotecas que -casi obligadamente- han debido experimentar un cambio radical en las principales ciudades del mundo, convirtiéndose en espacios amplios e iluminados con vistas increíbles, salas de estar cómodas, auriculares para escuchar música, laptops para googlear, amplios jardines para disfrutar la lectura y buena cafetería para pasar el rato. Es evidente la disparidad que encontramos en la escena local si pensamos en edificios de majestuoso porte como la Biblioteca Nacional, pero con pocas -por no decir nulas- estrategias de actualización.

Facundo de Almeida reflexiona especialmente acerca de la solemnidad de la arquitectura de una construcción como la de MAPI con un ejemplo más que elocuente: “Nos pasó que en una de las restauraciones que hicimos con Uruguay Trabaja, invité a los colaboradores a  inaugurar la sala en la que ellos mismos habían trabajado. Y uno de ellos me dijo: ‘Pah, director, yo no tengo ropa para venir mañana’. Al otro día, me presenté con el jean más roto y la remera más vieja que tenía y así inauguré la exposición”, recuerda. Quizás esta actitud permita representar en su más amplia generalidad, la premisa de Facundo en tanto gestor cultural: democratizar y accesibilizar el museo, concebido no como un exhibidor de objetos valiosos, sino como un espacio de interacción cultural entre todos y cada uno de los estratos sociales.

 

 

 

¿Cuál es tu concepto de gestión de museos hoy en día?  

Hace un tiempo, algún que otro colega dijo a mis espaldas que había transformado el MAPI en un centro cultural, y en el fondo es el mayor elogio que me pudieron hacer. El pensar un museo como un centro cultural, un espacio vivo donde suceden distintas cosas, es algo que si se quiere ya se discutió en los años 70 con la nueva museología. Entonces, ni siquiera es nuevo. Dicho esto, ese cambio desde el punto de vista teórico, que no quiere decir que todos los museos lo hayan adoptado en la práctica, hizo refocalizar la concepción de un espacio que tenía como principal misión conservar objetos antiguos o destacados por alguna razón, para comenzar a centrarse en las personas y en brindarles un servicio público. Esto obviamente no significa que un museo no se deba ocupar de la conservación, de hecho nosotros hemos dedicado muchos esfuerzos en pos de la conservación como la construcción de una reserva técnica, que es el nombre cool de un depósito de colecciones y espacio de investigación. No es que no me preocupe la conservación, lo que pasa es que si a conservaciones nos referimos debo decir que el mejor lugar para conservar colecciones no es un museo. Si el principal objetivo es ese, entonces metamos la obra en una bóveda con condiciones óptimas y estables de iluminación, temperatura y humedad, donde nadie pueda empujar una vitrina. Ahora, si esas colecciones están en el museo es para que cumplan otra función; una función de difusión, divulgación, educación e investigación. Ese es un poco el foco. Puede ser que ustedes lo vean como una transgresión, pero yo no lo veo así. Creo que hago lo que tengo que hacer y me parece lo más natural del mundo. Quizás, de golpe no me queda otra que ser así. Nosotros tenemos 200 mil pesos fijos por mes de costos que hay que cubrir de alguna manera. El estacionamiento nos salvó la vida, al igual que un comercial que acaba de filmar la marca H&M.

 

 

Desde el punto de vista contable, ¿cuál es el modelo de gestión del MAPI?

El MAPI tiene un modelo de gestión mixta, lo que implica un financiamiento público y privado. Es imposible que un museo se autofinancie, ninguno del mundo lo hace. Sin el Estado sería imposible existir. Para darse una idea, el aporte que hace la Intendencia de Montevideo a nuestro museo paga sueldos y cuentas, todo el resto es responsabilidad nuestra. Si queremos llevar una exposición a China, debemos generar los fondos y tiene sentido que así sea. Además, esto si se quiere genera una mayor presión a la hora de rendir cuentas, no solo desde lo estrictamente contable sino desde el punto de vista de los resultados. ¿Qué se hace con todo el dinero que ingresa? La gestión mixta es una tendencia que está haciéndose cada vez más presente en las instituciones culturales, al menos en los últimos 15 años en Uruguay. Si sumamos el aporte público al Museo Torres García, Museo del Carnaval, Museo Gurvich y MAPI, el aporte total permitiría como mucho hacer un solo museo. Entonces, es mejor tener cuatro.

 

 

¿Qué lugar cumplen -o deberían cumplir- los museos en la comunidad?

Creo que hoy los espacios culturales en general y los museos en particular, sobre todo en el caso del MAPI que es un museo representativo de diversas culturas del continente y más allá, ubicado en un país muy alejado de todas esas costumbres, tiene una función que trasciende el hecho de mostrar determinados objetos. El museo puede y debe cumplir un rol que de alguna manera antes tenía la escuela púbica: ser un lugar de interacción social de todos los estratos posibles. Una suerte de espacio neutral donde es posible el acceso democrático. Esto lo puedo graficar con un ejemplo que pasa mucho en el MAPI, como que vos tengas en una mesa sentado a un embajador y en la mesa de al lado un expresidiario. Entonces, me parece que ahí está la función social de un espacio como el museo; en nuestro caso, un lugar en el que puedas conocer la cultura de otros países latinoamericanos que es bastante lejana a Uruguay y que a través de ese conocimiento se empiecen a generar afinidades y respetos. Se habla mucho de la diversidad cultural, pero para respetar primero hay que conocer. Y para eso podemos hacer exposiciones, claro, pero también implementar otras acciones como puede ser una cena temática con la gastronomía de un país o una investigación en la que una arqueomusicóloga descubre que el sonido de un instrumento musical que tiene 3 mil años reproduce exactamente en la misma frecuencia pero con una octava de distancia, el sonido de un águila harpía que a su vez se representa en su forma. En un país donde no hay grupos indígenas que hayan mantenido sus culturas de forma ininterrumpida -por lo pronto no que se los conozca- debemos hacer especial hincapié en que no se suponga que los indígenas tenían una cultura primitiva. ¿Y qué mejor prueba que este instrumento creado hace miles de años por un indígena que no solo era un orfebre impresionante sino que tenía un oído absoluto para reproducir el sonido exacto de un ave? A los chiquilines se lo mostramos llevándolos a la playa a ser “indígenas” por un día, le damos unos palitos y les decimos: “prendé fuego”. Y como estamos tranquilos de que no van a poder prenderlo, no hay ningún riesgo de que se quemen. Un poco ese es el sentido del museo. Pero para transmitir todas estas cosas, primero es necesario que nos conozcan, y después que venga la mayor diversidad de públicos posibles.

 

¿Cómo se trabaja a nivel de actividades con esta amplia variedad de públicos?

Si preguntás en cualquier institución cultural a quiénes está dirigida, te van a responder “a todos”. Ahora, si ese todos no lo segmentás y trabajás con actividades que individualmente vayan convocando distinto segmento de público, entonces termina resultando un verso. Por eso es que hacemos una variedad de actividades muy amplia y dirigida a distintos fines. Hace ya un tiempo venimos haciendo cenas temáticas y el otro día se me ocurrió preguntar quiénes ya conocían el museo. Te diría que el 80% de las personas jamás había venido al MAPI, y por lo menos el juntarse a comer fue una excusa para que sepan que existimos y conozcan nuestro espacio. También hacemos actividades que son más recreativas, otra de las funciones que hay que cumplir, pero siempre con algún grado de contenido. Para los más chicos, tenemos los cumpleaños para niños. La clave es mirar al museo como un todo. Obviamente que nos ocupamos de las exposiciones y traemos buenas exposiciones. Pero el foco está cada vez más en acoger al usuario, que la gente se acerque por distintas razones. No importa por qué viene, una vez que está dentro del museo, se busca la forma de que acceda a la exposición. Nosotros medimos las visitas por Google Bussines antes de MAPI Café y el promedio de estancia de las personas dentro del museo era de 1.15 horas. Desde que está el café pasó a 2 horas. Esto no lo explica solamente MAPI Café porque en volumen sería imposible que coexistieran tantas personas en un mismo espacio. Se retroalimenta una cosa con la otra. Con el estacionamiento pasa lo mismo, tiene una función recaudatoria pero también cumple el rol de resolver el dilema de dónde dejar el auto en una zona teóricamente “insegura”. Los directores de museo debemos preguntarnos qué necesita el otro, qué le puede gustar que aquí suceda. Aparte, nosotros en particular podemos hablar de mil formas de las culturas originarias de América, a través de una cena, un concierto, una obra. Uno de nuestros desafíos es inculcar el respeto al patrimonio y saber que hay muchas vías para hacerlo. A un chiquilín se lo puedo explicar dándole una clase aburrida frente a una pizarra o invitándolo a un taller de arqueología en la playa para que descubra objetos previamente enterrados y luego contarle los datos que puede extraer de esa pieza, e inmediatamente toda la información que se perdería si él sacara un objeto original de cualquier sitio arqueológico. Eso es mucho más pedagógico, pregnante, interesante y divertido que darle una clase de patrimonio frente a una pizarra. Es construir desde distintas perspectivas y para distintos segmentos de público, porque de esa forma vos te asegurás poder atender los distintos frentes de la forma que se necesita. Incluso uno tiende a segmentar por edad, pero ni siquiera eso es correcto. No es lo mismo el chiquilín que viene con la escuela, que el que está de vacaciones o el que nos visita con la familia. Son situaciones distintas, y por lo tanto, la propuesta debe ser distinta.

 

 

También se debe comunicar diferente…

Por supuesto, todo este concepto se traduce a los mecanismos de comunicación. Ahora, por ejemplo, estamos detectando que la gente no abre más los mails. En los últimos dos años, teníamos un 40% de aperturas de los correos enviados, y hoy estamos en un 15%. Entonces, nos pasa que el público menor a 14 años, que para nosotros es relevante, no tiene email ni Facebook. Usa Whatsapp y Tik Tok. Como el Whatsapp es muy invasivo, nos planteamos contratar un joven que lleve la cuenta Tik Tok del museo, porque si no vamos a dejar de tener alcance a ese público. También empezamos a hacer un mininoticiero audiovisual para comunicar por multicanales las noticias del museo. Toda esta digitalización se agudizó a partir de la pandemia, cuando debimos cerrar las puertas y notamos que tuvimos 400 mil visitas en la página web. Esa es la cantidad de gente que visita al MAPI en 8 años. Algunos plantearán esa discusión que ya me tiene bastante cansado, de si lo digital reemplazará a lo presencial. No sé si lo reemplaza, lo que sí sé es que mientras nosotros charlamos, el museo está vacío. Por lo tanto, me parece que la adaptación es necesaria porque aquellas instituciones que no se adapten van a terminar cerrando en el mediano o largo plazo. Se vio muy claro cuando los grandes museos del mundo debieron cerrar por la pandemia y recién en ese momento se dieron cuenta que el foco hay que ponerlo en las personas, y no en la taquilla. En el caso de esos grandes museos, se acabó un modelo de negocio. El otro día hablaba con el director del Museo Arqueológico de Alicante y me decía que antes del rebrote en España les habían autorizado un 30% del aforo. Pero resulta que en pleno verano no llegaban al 9%, es decir, tres veces menos de lo que tenían autorizado.

 

 

¿Cómo te mantenés actualizado para traer ideas novedosas?

Leyendo y viajando, cuando se podía. Y mirando qué se está haciendo afuera, aunque muchas cosas se nos ocurren a nosotros. Cuando llegué acá el edificio estaba en ruinas y no había partidas de inversión. Empecé a ver qué opciones había y me encontré con un programa llamado Uruguay Trabaja, con el que estamos cumpliendo ya siete años. Una ventaja que tengo, que quizás no tiene que ver con la actualización pero sí con la experiencia, es que la inestabilidad argentina hizo que yo siempre trabajara en el área de cultura pero en los lugares más disímiles que alguien pueda imaginar. Voy a un extremo: desde la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería hasta la coordinación del Programa Cultura en Cárceles. Pasar por esos lugares me dio una experiencia muy variada. Hace poco teníamos que hacer restauraciones en altura y nos contactamos con la Dirección Nacional del Liberado para que expresidiarios hagan la obra. Estas conexiones no solo hacen que los trabajos tengan un menor costo, sino que tiene que ver con lo que decíamos al comienzo: esas personas jamás en su vida habían pisado un museo, y ahora cuando entrás a sus perfiles de Facebook dice “trabaja en MAPI Museo”. Es interesantísima esa doble cuestión de solucionar un problema y generar un mecanismo de integración sociocultural. ¡Ojo! También pasaron por aquí los dueños de una empresa constructora importante y tampoco conocían el museo. Es decir, no solo debe trabajarse el acercamiento cultural con personas de contexto crítico, también hay que hacerlo con los burros millonarios. ¿Cómo lo hacés? Al primero incorporándolo en un programa social y al segundo en una cena con un embajador. En el fondo, las dos acciones están cumpliendo la misma función.

 

 

¿Cuáles son tus referentes en la gestión de museos a nivel global?

Te diría que desde que lo conocí, siento bastante afinidad con el Museo Arqueológico de Alicante. Ellos tienen mucha más plata que nosotros, pero una concepción y una escala bastante parecida. Es un museo que hace cosas interesantes como llevar a profesores de matemática a dar clases con las iconografías exhibidas, vinculando dos áreas que aparentemente no están vinculadas. También tienen un programa que nosotros lo íbamos a implementar este año y con la pandemia no pudimos, conectado a la Asociación de Alzheimer de España, para trabajar el tema de la memoria de los pacientes a través de las exhibiciones que tiene el museo.

 

¿Qué ciudades entendés tienen buenas políticas gestión de museos públicos y cómo se logran?

No sé si decir que hay ciudades con buenas políticas, más bien instituciones. Creo que la pandemia va a generar un cambio importante por esto que hablábamos antes. Me parece que los museos que uno identifica como los principales del mundo, se habían ido a un modelo muy de shopping. Ya no va más eso de producir una exposición con un altísimo grado de espectacularidad que genere la venta de tantas entradas traducidas en tantos ingresos. Otro problema que dejó en evidencia la pandemia es que muchos museos del Estado han ido perdiendo de a poco la razón de ser. Un museo, una biblioteca, un teatro a donde no va gente, deja de ser un museo, deja de ser una biblioteca y deja de ser un teatro. A muchos museos, no solo de Uruguay, yo les bajaría el cartel. En algún momento alguien debe preguntar: ¿y esto para qué está? Creo que hay una imprescindible adaptación en el mediano plazo. Pongámoslo en otros términos: imaginemos una escuela que se queda sin alumnos, un hospital que se queda sin pacientes. Con la cultura pasa algo muy paradójico y es que por una lado hay cada vez más recortes, y por otro lado tenés cada vez más espacios culturales para financiar. En los últimos 80 años, la cultura se ha transformado en un derecho, por lo que el Estado la debe garantizar no como una cuestión superflua. Además, hace 50 años, ¿cuántos edificios serían Patrimonio Histórico del Uruguay? ¿Y cuántos ahora? Ya no es solo la iglesia, el concepto de patrimonio se ha ampliado y cada vez hay más cosas para financiar.

 

¿Tiene distintos tipos de difusión el arte precolombino que el contemporáneo, por ejemplo?

Si tuviera que gestionar una colección de arte contemporáneo me la rebuscaría para hacer lo más parecido a lo que estoy haciendo acá. Tiene que ver con cómo pensar un museo, así que no sé si hay una diferencia tan grande. En general, los museos de arte contemporáneo piensan su programación para los artistas, los críticos de arte y los curadores. El paralelo de eso en el MAPI deberían ser los arqueólogos y los científicos, para quienes también hacemos cosas. Acabamos de publicar un libro en el que se hicieron tomografías y radiografías a las piezas, algo que jamás se había hecho acá y no sé si en América Latina. Es decir, es una parte fundamental de la gestión, pero no la única. No se puede hacer foco solo en eso porque si no el museo se convierte en una cuestión de nicho, que es lo que suele ocurrir con los espacios de arte contemporáneo. Siempre pongo el mismo ejemplo: te ponen una cosa colgada inentendible y un cartelito que dice “Sin título”. Imagínate si vos vas a un restorán y en la carta encontrás: “Entradas: Sin título $300. Plato principal: Sin título $ 900”. Esa actitud cerrada y endogámica de hablarse a sí mismos es lo que no debería ocurrir. Ahora el MAPI ya es un relajo, pero cuando acababa de llegar recibía textos para exposiciones que resultaban inentendibles y los mandaba a traducir de “arqueologés” al castellano. Hay un tema de contenidos y canales, cómo lo contás y por dónde lo contás. Si la gente no va a los museos, la culpa no es de las personas sino nuestra. En países como Rusia y China, la gente va de paseo al museo. Son espacios en los que ven exposiciones, los niños tienen actividades especiales y mientras los padres se pueden ir a morfar al restorán. Con muchos años de trabajo, han logrado transformar el museo en un paseo, y lamentablemente la realidad en Uruguay es muy diferente. Si leés los estudios de público, te dan ganas de ponerte a llorar. El porcentaje de población que va a los museos debe ser del 1% o 2%. Encima esos estudios analizan al 2% que va en lugar de al 98% que no va para saber qué es lo que está pasando con esa gente. El asunto es estar permanentemente pensando en hacer cosas nuevas y variadas, siempre leyendo la realidad. A modo de ejemplo, cuando se estaba debatiendo en el parlamento la Ley de Matrimonio Igualitario, trajimos de México una muxe, que es como un tercer genero de un grupo indígena con cientos de años de existencia. Mi intención no era hablar a favor ni en contra de la ley, pero sí aprovechar un tema en agenda para conectar con el perfil de nuestro museo. Se llenó de gente.

 

 

¿Qué políticas podrían implementarse para fomentar el diálogo entre los uruguayos y los museos?

Hay algo grabado en la mente de los uruguayos acerca de que los museos son aburridos. Y para que eso cambie, no es necesario que solo el MAPI cambie, sino que diez museos lo hagan. Porque solo así la gente se acostumbraría a que cualquier museo que visite es divertido. En general, creo que la ecuación debería tender a que las instituciones culturales, no solo los museos, vayan hacían modelos de gestión mixta donde se haga igual hincapié en la evaluación de resultados que en la evaluación de procedimientos. Basarse únicamente en esto último es insuficiente. Además, creo que cualquier director de museo aceptaría gustoso tener una cierta libertad de gestión. Si extendemos la mirada y analizamos otras instituciones con gestión mixta como el Sodre o el Solís, veremos que funcionan mejor que las estrictamente municipales. El Centro de Fotografía de Montevideo (CDF), por ejemplo, es municipal pero tiene una cuenta extrapresupuestal. Esto quiere decir que el dinero que ellos recaudan se lo quedan. Y esa es una diferencia sustancial porque uno puede dedicarse a recaudar, pero si luego eso va a parar a ventas generales, en cierto sentido se pierde la motivación. Ahora, si lo que uno recauda después lo puede invertir en nuevos proyectos, el panorama es otro. Encima se suma otra cuestión que para mí es un absurdo, que es la discusión de si cobrar o no. Se pide que no se cobre porque supuestamente la cultura es un derecho y debe ser accesible, pero resulta que los museos a los que van más personas son aquellos que cobran. Tradicionalmente, los museos no cobraban porque son instituciones creadas a la luz de la Revolución Francesa, bancadas por el Estado. En cambio, los teatros nacieron como privados. Ahora bien, al día de hoy, los museos públicos tienen el mismo estatus jurídico que los teatros, dependen de la Dirección Nacional de Cultura y cumplen el mismo servicio. Jurídica y administrativamente no hay ninguna razón para que no se cobre. Es una cuestión filosófica si se quiere, aunque creo que a esta altura ni siquiera. El hecho de no cobrar termina repercutiendo en la gestión porque si no tenés plata, tenés menos libertad de movimiento. Y además, cuando las personas pagan exigen más.

 

 

 

Nota al pie: Facundo de Almeida es licenciado en Relaciones Internacionales (Universidad del Salvador), magíster en Gestión Cultural (Universidad de Alcalá de Henares) y magíster en Museología (Instituto Iberoamericano de Museología). También ejerce la docencia como profesor adjunto grado 3 en la Tecnicatura en Gestión de Bienes Culturales de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar).

 

Créditos fotográficos: MAPI Museo + GPallares + Estudio LPS Pintos Santellán Arquitectos

 

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