Alex DeLarge y sus ‘drugos’ se pasean por una Londres atemporal en busca de satisfacer sus necesidades más macabras. Las locaciones elegidas por Stanley Kubrick hacen eco de la sociedad moderna y son una fiel representación de la novela escrita por Anthony Burgess en 1962.
A finales de la década del 60′ la abolición del Código Hays permitió nuevos planteamientos en torno al sexo y la violencia en los largometrajes, los cuales habían sido censurados por casi 40 años en la industria del cine. Ese volcán en erupción permitió que a partir de la década del 70′ la pantalla se colme de personajes violentos. Desde entonces, una nueva generación de directores jóvenes encabezada por Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian de Palma, entre otros, toman por asalto la gran pantalla. «No se autorizará ningún filme que pueda rebajar el nivel moral de los espectadores. Nunca se conducirá al espectador a tomar partido por el crimen, el mal o el pecado» recitaba el Código Hays. Stanley Kubrick se retuerce de ira. Filmes como ‘A Sangre Fría’ (1967), ‘El Padrino’ (1972) y ‘Taxi Driver’ (1976) permitieron atraer nuevos espectadores a las salas cinematográficas haciendo foco en temáticas olvidadas: la violencia y la marginalidad.
‘La Naranja Mecánica’, de producción angloestadounidense, se estrena en 1971 y se une a esa camada de filmes. La crítica mortificó a Kubrick por justificar el horrible comportamiento de su protagonista, Alex DeLarge, un héroe-víctima ambiguo moralmente que rompe con el orden social preestablecido. La atmósfera de la película es fría y desalmada, Alex y sus ‘drugos‘ recorren las calles de Londres con el único objetivo de cometer crímenes y traer el caos a la ciudad. Kubrick, lejos de hacer apología, busca la estetización de la violencia presentándola como un objeto atractivo visualmente. El choque entre la libertad y la moral recorre el film de principio a fin, materializado en un futuro cercano distópico que tiene una fuerte impronta arquitectónica en cada una de sus escenas.
El summum ultraviolento del film se desarrolla en dos oportunidades en la vivienda de los Alexander, un escritor y su mujer. En su primera visita y en un Adams Probe 16 descapotable, Alex y sus ‘drugos’ se sumergen en la sombría noche y se acercan sigilosamente a lo que parece ser una vivienda de volúmenes irregulares. Esta contundencia volumétrica que nos recuerda a pasajes de las arquitecturas de Louis Kahn en el Salk Institute o el Ayuntamiento de Säynätsalo de Alvar Aalto, poco condice con su interior. Esto nos proporciona un dato: el interior está lejos de la racionalidad fragmentada del exterior. Cuando los 4 de blanco irrumpen el espacio doméstico privado, la pulcritud espacial se apodera de la imagen. Para la toma exterior se muestra una vivienda proyectada por los arquitectos Roy Stout y Patrick Litchfield, mientras que el interior, flexible y ‘clean‘, es nada más ni nada menos que la ‘Skybreak House’ diseñada por el ‘Team 4’ en 1965, grupo liderado por unos jóvenes y desconocidos Norman Foster, Weny Cheesman, Richard Rogers y Su Brumwell.
La vivienda concebida en sección expande la calidad espacial permitiendo un panorama visual y estético pop muy potente. De mobiliario futurista, óvalos, antidiseño a lo ‘Superonda’ de Archizoom y mucho contraste en la paleta de colores, hacen de este interior el escenario perfecto para la ultraviolencia. Esta dimensión satírica de la arquitectura, potencia al sociópata y carismático Alex, quien posee el control total del delicado espacio escalonado de la vivienda. Suena ‘Singing in the rain’ de Gene Kelly y todo parece romantizarse. El escritor es un espectador más del crimen organizado de violación, no solo de la mujer sino también de su privacidad. Continuidad espacial al servicio del relato, la cámara acompaña el acto de irrupción de forma longitudinal potenciando los distintos niveles de la vivienda. Los paneles deslizantes definen el espacio y permite la amplitud deseada para el recorrido de cámara. Todo es caos en un escenario diseñado para lo perverso.
La percepción de la ‘Skybreak House’ durante sus dos apariciones en la película se transforma. En su primera aparición, la vivienda es el resultado del gusto refinado de la pareja, representando el éxito y su modo de vida. Mobiliario espacial y colores sutilmente seleccionados. Por el contrario, cuando Alex DeLarge regresa a la vivienda del escritor años después, el panorama es lúgubre y oscuro. Esas grandes plataformas y escaleras comienzan a ser un obstáculo arquitectónico para el ahora parapléjico escritor. Julian, su guardaespaldas, es quien se ocupa de movilizar al viejo Alexander por la vivienda, convirtiéndose en un fastidio. Desde la mirada de Alex DeLarge, su regreso a la vivienda lo ubica en un ámbito conocido y cómodo.
‘Singing in the rain’ vuelve a sonar y el resto, ya es historia conocida.
* Una columna de Andrés Angelero e Ignacio Sambarino, ambos arquitectos, creadores de la plataforma “Arquinema colectivo” que se ocupa de detectar y difundir paralelismos entre arquitectura y cine.